De niña tuve horribles pesadillas. Siempre me aterrorizaba la oscuridad y lo que acechaba en las esquinas, el armario o debajo de mi cama. Aprendí a abrazar lo desconocido y finalmente encontré formas de dar la bienvenida a las imágenes retorcidas que atormentaban mis sueños. Abrí mi mente a este nuevo mundo que había creado donde lo deformado, lo extraño y lo poco convencional eran hermosos, sensuales y, sobre todo, aceptado.